Destruyen el mundo y piensan que le están haciendo un servicio a la humanidad

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Henry Mora Jiménez *
25 de octubre de 2008

¿Oro? ¿Oro precioso, rojo, fascinante?
Con él, se torna blanco el negro (sic) y el feo hermoso,
Virtuoso el malo, joven el viejo, valeroso el cobarde, noble el ruin.
… ¡Oh, dioses! ¿Por qué es esto? ¿Por qué es esto, oh dioses?
……..
… ¡Oh, maldito metal,
Vil ramera de los hombres!

(Shakespeare, Timón de Atenas, citado en Marx, El Capital, FCE, T. I, p. 90).

Declarar de “interés nacional” la extracción depredadora de oro a cielo abierto en las Crucitas de San Carlos, parece ser una broma de pésimo gusto, e incluso, una simple y llana desfachatez. Sin embargo, tal descaro, locura, y desvergüenza no lo es (incluso es lo contrario) a la luz de la espiritualidad de este sistema que nos encarcela.


Supongamos que don Oscar Arias no es un títere al servicio del gran capital extranjero (de hecho, él mismo es un gran capitalista); sino simplemente un político calculador, buen burgués y comedido conservador. Si así fuera, su comportamiento en el caso de las Crucitas sería con alta probabilidad, exactamente el mismo. Veamos.

El individuo abstracto de Descartes (res cogitans) es el sujeto calculador que dispone y se apropia del mundo por medio de su acción instrumental (como reza la publicidad de una conocida barra de chocolate: ¡cómete el mundo!). El centro de este universalismo abstracto es el mito del progreso, el cual resulta de una (mala) progresión al infinito que ignora todo límite material de lo posible. Este mito constituye una verdadera espiritualidad, aunque sea anti-espiritual y anti-humano. Surge en el siglo XVI como espiritualidad burguesa, aunque también aparece en el socialismo soviético.

Es la espiritualidad de la “mano invisible” de Adam Smith. Es la espiritualidad del individuo abstracto, calculador, posesivo. Es ciertamente una
espiritualidad, aunque contraria a toda espiritualidad del sujeto corporal, sensual, viviente, en relaciones de comunidad.

Un empresario típico, un político del statu quo, o un economista neoliberal pueden llegar a tener cargos de conciencia cuando se explota a otros o cuando se destruye la naturaleza. Pero esta espiritualidad del individuo abstracto llega en su auxilio. Se conciben ahora como servidores, creadores de empleo, impulsores del progreso, defensores del “interés general”.

La ganancia no es concebida solamente como una medida de la rentabilidad del capital privado. Indica también su aporte al interés general y el servicio a favor de otros. Aparece entonces toda una mística del individuo abstracto con su ética del mercado, que es sumamente eficiente. Esta reflexión mítica es el motor espiritual del capitalismo y de su dinámica. Es la espiritualidad del corazón endurecido. Toda la cultura de la modernidad (y no solo del capitalismo) está atravesada por esta espiritualidad del cálculo utilitario.

“¡Cosa maravillosa es el oro! Quien tiene oro es dueño y señor de cuanto apetece. Con oro, hasta se hacen entrar las almas en el paraíso.”

(Cristóbal Colón, en carta escrita desde Jamaica en 1503, según Marx, ibid, p. 89).

Colón era todavía un mercantilista. En el capitalismo, la espiritualidad abstracta del individuo posesivo se generaliza a partir de la ganancia. Es una espiritualidad del mercado. El interés propio entendido como interés de todos (“interés nacional”), míticamente espiritualizado. Los efectos indirectos (intencionales o no) sobre el ser humano y sobre la naturaleza no son tomados en cuenta. El cálculo capitalista es un cálculo de pirata.

El mito del progreso se hundió con el Titanic (el buque que ni Dios podría hundir). El mito de la mano invisible se ha hecho trizas en Wall Street (la burbuja que duraría para siempre). Pero para los depredadores del planeta, la naturaleza es tratada como una empresa en proceso de liquidación.

Destruyen el mundo, y si la conciencia los perturba, piensan que están haciendo un servicio a la humanidad.

* Decano, Facultad de Ciencias Sociales, UNA.

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